La historia de Saulo Bravo es una historia que realmente motiva e inspira. Saulo Bravo es hoy en día un doctor, un experto, un científico, un académico, y sus orígenes se remontan a lo que todos en algún momento consideramos un imposible.
Saulo nació en Siloé, él es el tercero de 6 hermanos. “Mi mamá es una negra hermosa, siempre feliz y optimista. Ella trabajaba en casas, trabajaba lavando ropa. Ella salía a casas de familia todos los días a buscar el sustento diario”, nos cuenta Saulo con una admiración que quiebra en la voz.
El papá era tan humilde y luchador como su madre. Empezó trabajando en una panadería en Siloé, pero lo sacó de allí la violencia. Entonces se volvió vendedor en la calle de escobas y trapeadores.
Cuando sus papás salían a trabajar dejaban a Saulo y a sus hermanos encerrados. Una vez, él se escapó por la ventana con algunos de sus amigos y se demoró varios días en volver. Su mamá, después no lo vuelve a dejar solo, y lo empieza a llevar a las casas de familia.
Un día, al llegar a la casa de José Hertz, la vida de Saulo cambia drásticamente; nace un sueño. Escucha a su madre decir: “Doctor Hertz, buenos días”. Intrigado, pregunta: “Mamá, ¿qué es ser un doctor?” A lo que ella responde: “Un doctor es alguien que estudia mucho y sabe mucho”. Con determinación, Saulo afirma: “Yo quiero ser un doctor”. Es así como comienza su extenso viaje en el mundo de la educación.
“En las casas donde trabajaba mi mamá, observaba a muchas personas que habían estudiado y vivían de manera distinta a nosotros. Me preguntaba por qué tenían vidas diferentes y poseían cosas distintas, si sonreían igual que yo. En cada hogar me repetían: ‘Estudie, mijo, estudie’. Ese consejo se grabó en mí para siempre”.
La mamá de Saulo, en medio de todas estas adversidades en Siloé, decide que debe irse a vivir a un ambiente diferente y se van a vivir a Jamundí, a un entorno rural. Ella sola, con sus 6 hijos. Como si hasta ahí la historia no fuera dura, Saulo se vuelve un niño campesino.
“Yo caminaba, sin zapatos, 10 kilómetros para ir a mi escuela. Mi mama venía a trabajar a Cali y llegaba por la noche con lo de la comida. A veces tenía para comprarnos zapatos de plástico. Yo empecé a trabajar para ayudarle, trabaja en el campo. Incluso fui pajarero en un campo de arroz . O sea, que mi oficio era espantar los pájaros para que no se comieran el arroz. Trabaja también en galerías, con carretas, ayudando a llevar mercados. Incluso fui auxiliar de Transur, en el bus número 10. Una vez me caí del bus, pero esa es otra historia”, como él lo recuerda.
Unos años después, ya adolecente, baja a vivir a Jamundí y consigue un trabajo en el Club de Tiro. Conoce nuevas personas que serán fundamentales en su camino, pero que sobre todo le dejarán una gran lección de vida, una lección que lo ayudará el resto del camino.
“En el campo de tiro conocí muchas personas. Personas con las que siempre me relacioné bien y que veían el esfuerzo que yo hacía. Personas que empezaron a ayudarme con mis estudios. Yo nunca pedí nada, pero cuando uno demuestra que es capaz, las personas le ofrecen oportunidades y le abren puertas. La lección que aprendí fue que siempre podemos estar rodeados de personas que nos pueden ayudar, pero también personas a las que podemos ayudar, que es la base de vivir en sociedad y de construir un futuro mejor”.
Los siguientes capítulos en la historia de Saulo tienen en común que cada vez que llegaba a una meta académica veía otra que podía escalar. “Cuando terminé el bachillerato, ese era un gran logro para la mayoría de las personas, pero yo quería más.
Mi jefe me prestó para el primer semestre y entré a estudiar técnico en ingeniería industrial, que era lo que yo podía. Cuando terminé, ya era mensajero del Club de Tiro y mi siguiente paso fue estudiar administración de empresas. Siempre me pagué mis estudios trabajando. Después vinieron tres especializaciones e incluso mi doctorado. En el doctorado me gasté todos mis ahorros. En España a veces solo tenía para comer sino una vez al día porque la plata no me alcanzaba y para el último periodo mi esposa me prestó. Ustedes no se imaginan la alegría que sentí cuando llamé a mi mamá y le dije ‘ya soy doctor’”.
Con orgullo y humildad, Saulo habla de sus logros y su resiliencia. Ese niño que un día soñó con ser doctor, ahora jubilado, continúa trabajando por el desarrollo de emprendimientos latinoamericanos.
Reconocido como uno de los investigadores más respetados del continente e incluso consultado por la OCDE para evaluar políticas públicas de las MIPYMES para América Latina, es autor de varios libros y artículos científicos, y profesor de la Universidad Santiago de Cali. Hoy celebra sus triunfos pero sobre todo disfruta de la realización de sus sueños. Convencido de que con oportunidades todos pueden lograr sus metas, Saulo afirma: “hay que ponerlo en la mente y jalarlo con el corazón”.